Autor: Damon Young
Platón solía enseñar mientras caminaba, y su Academia se situaba en un bosque sagrado. Aristóteles, por su parte, impartía sus lecciones en un parque que daba nombre a su escuela, el Liceo, gracias a su frondosa arboleda. Los romanos cultivados se reunían en los jardines para dialogar y estudiar. Estos espacios no solo tienen el […]
Platón solía enseñar mientras caminaba, y su Academia se situaba en un bosque sagrado. Aristóteles, por su parte, impartía sus lecciones en un parque que daba nombre a su escuela, el Liceo, gracias a su frondosa arboleda. Los romanos cultivados se reunían en los jardines para dialogar y estudiar. Estos espacios no solo tienen el poder de consolar y elevar el espíritu, sino que también pueden desconcertar y provocar, un valor filosófico que ha perdurado hasta nuestros días.
Esta cautivadora obra examina la conexión profunda que tuvieron grandes figuras históricas, como Proust, Rousseau, Orwell y Dickinson, con las plantas, árboles y flores que tanto adoraban (y en ocasiones aborrecían), revelando los pensamientos profundos que surgieron en sus momentos al aire libre. Jane Austen hallaba consuelo en la perfección de sus filadelfos y peonías en su hogar de campo. Los manzanos helados de Leonard Woolf le recordaban, sin embargo, la cruda brutalidad del mundo. La provocativa Colette encontró paz en la contemplación de las rosas, mientras que, años más tarde, Jean-Paul Sartre expresaba la náusea provocada por un castaño, un grito existencialista que resonó con toda una generación.
Los jardines son un reflejo de la naturaleza y, al mismo tiempo, una metáfora de la condición humana, lo que les confiere una esencia filosófica y enriquece la belleza de este libro.